Primera lectura: Jeremías 33,14-16
Todo el capítulo 33 se desarrolla en vísperas de la tragedia final (la invasión de Babilonia 587 a.C). Se pronuncia un largo discurso de restauración, el cual inicia evocando el poder creador: «El que hizo la tierra, la formó y la estableció» (33,2). Después se describe la situación en tres momentos: la ciudad sufre ahora porque yo la castigó, pero yo cambiaré su suerte y Jerusalén será gloriosa. Dentro de esta promesa entran los vv.14-16 que indican la promesa de un descendiente del trono de David. Las características del sucesor de David son: un «vástago legítimo». Como Dios se había comprometido con David, toca a Dios garantizar la continuidad dinástica, por vía de generación. La imagen del «vástago» se entiende muy bien en una tierra fecunda; la segunda característica tiene que ver con la función del rey en cuanto administrador de la justicia. Ya David había recibido esta revelación: «El que gobierna a los hombres con justicia, el que gobierna respetando a Dios, es como la luz del alba al salir el sol» (2S 23,3). Garantizada la justicia, florecen paz y salvación en los dos reinos, Judá e Israel reunidos.
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